miércoles, 9 de septiembre de 2009

Amor que nunca se conforma.

Durante el verano se enamoró tres veces.
Cuatro si cuenta a la chica de Toledo y su mirada penetrante.
La que hizo que su cabeza gire exageradamente fue la actriz petisita.
Ella y sus expresiones intactas.
Fue a ver la obra dos veces seguidas, y fue en la última donde se animó a felicitarla y decirle todo lo que le generaba.
La que penetró encantadamente fue la de Güemes.
Fue cuando se dio vuelta a ver el nombre de la calle donde se cruzaron sus miradas.
Su sentido iluso de ver las cosas pensó que giró sólo para observarlo.
Eso fue peligroso para el corazón. Pero terminó en el momento que dejó de verla; nunca más.
No se animó a decir si eso fue lo mejor o lo peor que podía haber pasado, pero sí pudo afirmar que era un buen momento para que surgiera el amor. Aunque sea ése que dura unos días. Pero amor de todos modos.
La gitana también tenía lo suyo.
Porque no era una gitana común y corriente de esas que se ven usualmente en la calle. Tenía el mismo estilo pero mucho más fina y con sus oros relucientes; hacía llamar mucho la atención.
Claro que su torpeza y él fueron mucho más robustos cuando notó que estaba casada con un ser no muy agradable.
Finalmente el amor apareció en la chica que repartía folletos en la peatonal. Porque su sonrisa fue mucho más fuerte. Su mirada intensa y el hecho de que se haya acercado a querer vender, ayudó demasiado.
Duró sólo un instante. Pero lo disfrutó.
Él se quedó pensando si debía haber sido con la Toledo, con la actriz, con la de Güemes o con la gitana.
No se conformó. Nunca.